JORGE CHUSIT
Uruguay celebra el título de la Copa América, ganado a toda ley. (AP)
Más allá de los gustos, de la satisfacción del deber cumplido, de la decepción por no haber alcanzado el objetivo, no cabe duda que esta Copa América no pasará inadvertida.
El comportamiento del público en todos los partidos. Un ejemplo de solidaridad, de hermandad latinoamericana. Salvo algunos incidentes aislados en el duelo Venezuela- Paraguay en Mendoza, el resto del torneo se disfrutó a pleno.
El punto más alto se vio en la Final donde los simpatizantes paraguayos y uruguayos compartieron las gradas del estadio Monumental en el más absoluto respeto, sin agresiones, sin el más mínimo incidente.
Una muestra de que en esta parte del mundo se puede convivir con el adversario. Un cachetazo a los violentos que pululan por todo nuestro continente.
LO MALO...
La floja producción ofensiva, el mal promedio de goles marcado por un inicio de Copa que por momentos preocupó. Es cierto que con el correr de los partidos se mejoró algo, pero no lo suficiente como para dejar un sentimiento de satisfacción.
México, otrora invitado combativo, esta vez no fue ni la sombra de lo que ha sido en el máximo torneo continental. Último lugar del torneo y sin sumar puntos, su peor saldo desde 1993, cuando sorprendió a todos y alcanzó el subcampeonato.
En cuanto a la organización el control en zona mixta (sobre todo en estadio Único de La Plata en el partido inaugural) fue nulo.
En ningún momento (y esto sucedió en la mayoría de los partidos, sobre todo en los más importantes) se restringió el ingreso –como corresponde- a aquellos medios que contaban con el permiso pertinente. La presencia de intrusos y curiosos que nada tenían que hacer en ese lugar impidió el trabajo de los profesionales presentes. Una lástima.
LA SORPRESA...
La Vinotinto ratificó y mejoró de forma sustancial el buen trabajo realizado en la última eliminatoria Sudamericana dejando bien en claro que será un rival a tener muy en cuenta camino a Brasil 2014.
En la misma columna se puede colocar a Perú. La llegada de Sergio Markarián a la dirección técnica del plantel ha marcado un importante cambio en la metodología de trabajo de una selección que llegaba a Argentina luego de varias décadas de debacle a pesar del buen material que posee y que por diversas razones extra futbolísticas no había sido aprovechado en todo su potencial.
LA DECEPCIÓN...
Aquí la coincidencia es absoluta: Argentina y Brasil. Las dos grandes potencias futbolísticas quedaron en falta. Muy lejos del nivel esperado, exponiendo dudas y carencias preocupantes, quedando en deuda con el fútbol en general.
En lo individual la lista la encabezan Carlos Tevez, Neymar, Dani Alves, Ángel Di María, Ezequiel Lavezzi, Julio César…y sigue…
Hubo quien intentó erróneamente ubicar a Lionel Messi en este grupo. ¿Sería justo hacerlo? De ninguna manera. El futbolista del Barcelona ha sido el único de ese privilegiado conjunto que intentó aplicar toda su sabiduría.
Lamentablemente quienes lo rodearon no supieron explotar sus condiciones. Faltaron interlocutores. Faltó mecanismo. Faltó picardía. Faltó lo que siempre tuvieron (y que a pesar de este tropiezo aún tienen): grandeza.
Obviamente, la de Uruguay.
¿Cómo dejar de reconocer la excelente consagración de la Gloriosa Celeste? Una camiseta con historia, con tradición, tejida con garra y corazón.
Diego Forlán volvió a erigirse (como lo fue en el Mundial) en el eje por donde giró el trabajo ofensivo de Uruguay. Un líder en todos los sentidos que apareció en la red cuando tenía que hacerlo: en la Final, en el partido consagratorio.
Junto a él se aparece la solidez de Diego Lugano y Sebastián Coates, la soberbia actuación del portero Fernando Muslera y la entrega de un mediocampo aguerrido y potente.
Un párrafo aparte para Luis Suárez. Fue segundo en la lista de goleadores, pero se consagró como el mejor delantero del campeonato.
En definitiva todo un equipo identificado y comprometido con una cultura futbolística que tuvo sus inicios gloriosos en la década del veinte, que conquistó dos copas del mundo y que a pesar de algunos altibajos propios de deporte mismo volvió a tocar el cielo con las manos.
El peruano Paolo Guerrero, goleador de la Copa, dio sobradas muestras de personalidad, coraje y calidad. Un torneo que lo catapulta a lo más alto de la consideración internacional.
Un motivo más para seguir acrecentando la ilusión del fútbol peruano teniendo en cuenta que compartirá la ofensiva con dos compatriotas que triunfan (al igual que él) en el fútbol alemán: Claudio Pizarro y Jefferson Farfán.
Otros futbolistas que dejaron una muy buena impresión fueron los venezolanos César González, Nicolás “Miku” Fedor, Juan Arango (el más veterano y experimentado) y Oswaldo Viscarrondo.
El comportamiento tristemente célebre de la mayoría de los jugadores argentinos. Siempre de mal humor, alejados de sus hinchas, dándoles la espalda.
Si sus colegas se muestran dispuestos a firmar un autógrafo, a sacarse una foto con sus fanáticos, ¿por qué ellos no? ¿Por qué generar siempre un sentimiento de desprecio y de antipatía?
Una cuenta pendiente que merece ser pagada. La responsabilidad es compartida tanto por parte de los propios jugadores como de los diferentes cuerpos técnicos que permitieron y permiten semejante desatino.
Nadie pide ni exige una constante exposición. Pero tampoco es aceptable que jamás tengan un gesto de humildad y generosidad como sí lo hicieron los uruguayos o peruanos, por dar sólo dos de los ejemplos más notorios.
Argentina y Messi, una gran decepción.
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